CAPÍTULO 2
En una aldea de León, un pastor de ovejas recibe un pequeño libro encuadernado en cuero. Nunca ha aprendido a leer del todo, pero su hijo sí. Esa noche, frente al fuego, su hijo lee en voz alta:
“El Señor es mi pastor, nada me faltará…”
Y el anciano llora. No por el texto, sino porque nunca había oído esas palabras en su propia lengua.
(Esta escena es una recreación inspirada en tantas situaciones reales vividas en aquella época, cuando la Biblia en español empezaba a llegar a los hogares más humildes.)
Esto no es una leyenda. Fue el fruto del trabajo de los colportores: hombres humildes que recorrían España cargando sacos de Escrituras a sus espaldas. A pie, en burro, bajo la lluvia o el sol, llevaban Biblias allí donde nadie más llegaba.
A veces dormían en establos. A veces, los echaban del pueblo. Pero en otras ocasiones, encontraban un corazón abierto, una familia sedienta, una iglesia que empezaba a nacer.
Así se fue extendiendo la Biblia en nuestra tierra: no a través del poder, sino del servicio silencioso.
Continuará…
En el próximo capítulo: cómo esta labor, aún hoy, sigue siendo urgente. Aunque el mundo haya cambiado, la necesidad sigue siendo la misma.